Vivo en uno, para mi, de los mejores barrios de Sevilla. Un barrio constituido en su mayoría de casas y algún piso, como en el que resido. Un lugar donde subir a la azotea y ver la de los demás cargadas de historias, repletas de antenas y abrigadas por los ropajes tendidos a los ojos de un hermoso día de invierno, con una brisa fría y un cálido sol. Este conjunto evoca la idea para poner "una lavadora" con la esperanza de tenerla lista antes del almuerzo, y de esa forma quitarse el dichoso tendedero de alas del salón o del dormitorio o de donde preveamos que mejor se secará.
Ya con todo listo cargado con un bombo de tres lavadoras, para aprovechar, toma camino por las escaleras hacia la azotea a las nueve de la mañana. La ropa huele a tu suavizante preferido, te huele a limpio. La dejas colgada a merced del viento frío e irradiadas por los rayos del astro rey.
Tras la espera con miedo a cualquier nube que aparezca por el firmamento, calculando la velocidad de evaporación de la humedad de la ropa dependiendo del material y grosor que la compone. Uno sube para recolectar el trabajo de barias horas. Y que se encuentra uno, "ROPA AHUMADA" cual jamón. Ropa seca y apestando a humo ya que un vecino quiere tener la chimenea de su casa encendida sin tener en cuenta que el humo (y mal olor) sale invadiendo todo lo que esté a su alrededor. Me encanta una chimenea en invierno, y si es en medio del campo mejor que mejor. Pero luego a uno le gusta quitar el olor a humo de sus ropas. Bueno os dejo que hace bueno y tengo colada. A ver si ahora tengo más suerte.
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